sábado, 10 de julio de 2010

LA SEÑAL

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No será un desfile brillante por la 9 de Julio.

No será ese relámpago lo que la Historia recogerá como señal insoslayable de que la Patria crecida que cumplió 200 años ama más a su gente lastimada que a la foto soberbia de los oropeles.

Porque la Patria que nacía se soñó integradora.

Y sigue siendo, en su segundo siglo, proverbialmente injusta.

Veintiséis abismos separan al 10 por ciento más pobre del 10 por ciento más rico.

Y sistemáticamente se empuja a los bordes a los extremos de la vida más frágiles y expuestos: cinco millones de jubilados cobran menos de 900 pesos, en una de las demostraciones más flagrantes de un estado rapaz que les escamoteó gran parte de lo aportado durante treinta años.

Y 2.800.000 chicos continúan a la deriva, sin ningún tipo de cobertura, a pesar de la declamación de una asignación por hijo a la que se llamó engañosamente universal y que es devorada mes a mes por una inflación negada.

La asignación creada por el Gobierno Nacional cubre a 3,400.000 niños pero deja fuera a 2.800.000.

Es decir que uno de cada cinco pibes queda desnudo de toda transferencia de ingresos.

El programa llega apenas al 25% de la infancia y es un agregado a los programas existentes.

La asignación pudo integrar en la cobertura a un millón y medio de chicos de los 4.300.000 que estaban fuera de todo sistema de protección social.

La Patria Bicentenaria, ya vivida y experimentada, encuentra en su falda a chicos que valen distinto.

Según su cuna, según el trabajo de sus padres, según los planes sociales a los que accede la familia, según dónde les tocó abrir la boca grandota para destapar el primer llanto.

Cómo esperar justicia de un país que cotiza diferente a sus niños.

Un país con un territorio inmenso que vomita riquezas al cielo, que de su vientre nacen las minas y el petróleo, los sembrados dorados de la soja, el 1,6 % de la carne y el 1,5 por ciento de los cereales del globo.

Comida como para saciar a 400 millones.

Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) el hambre en la Argentina subió del 4,7 por ciento en 2008 al 7,2 % en 2009.

Cómo se le explica a la Historia que éste es el país resultante de la muerte de tantos.

De tanta inmolación por una tierra puesta en las manos de todos, donde a todos los pibes les sea posible jugar el mismo juego.

Quienes pensaron la asignación por hijo como un camino hacia la equidad supieron hacerlo tan ripioso que sea, por ejemplo, el mundo laboral formal registrado la vara para conceder o no un derecho irrenunciable.

Quedan sin cobertura los hijos de monotributistas y autónomos y se fija como tope el salario mínimo de los trabajadores formales.

Una arbitrariedad tras otra que lleva a la cobertura a ser heterogénea y discriminatoria.

Acaso lo más dramático de una medida que arrastra justicia a medias -lo más parecido a la injusticia- es que los casi tres millones de pibes que quedaron sin cobertura son aquellos cuyos padres no figuran en los registros de Anses ni de las provincias.

Es decir, la porción poblacional que hace años fue expulsada del sistema o nunca pudo ingresar a él.

Lo que se llama el núcleo duro.

Es decir, los eternamente excluidos.

Los que no tienen ni tendrán un terrón ni una brizna ni un ojo de cielo de esta Patria que se soñó madre abrigadora de todos.

Y que llega a los 200 años mirándose en el espejo angosto de los privilegios.

Universalizar las asignaciones de 180 pesos reduciría la pobreza del 33,8 al 29.2 %.

Pero la depuración y el entrecruzamiento de planes ya existentes dejó fuera a muchos que se quedaron desnudos otra vez.

En una asociación despótica con la inflación, la universalización en estos términos apenas bajaría la pobreza al 32 %.

Demasiado poco para una tierra con tanta desigualdad.

Con tanta hambre inexplicable.

Una universalización seria, donde todos los niños reciban 300 pesos sólo por haber nacido entre el hielo y el altiplano tendría un costo de 25.700 millones de pesos.

Sin que la fuente de financiamiento sea el Anses sino retazos de las enormes riquezas acaparadas por pocos.

Aquellas que son, definitivamente, el verdadero poder: los aportes patronales para las grandes firmas a los niveles de 17 años atrás, el replanteo del régimen de subsidios al capital concentrado, la eliminación a las exenciones en ganancias.

Sin tocar nada más se pueden juntar 40.000 millones.

Y acercarse un poco más a acabar con el hambre.

Que es más crimen que nunca en una tierra que pare alimentos.

Entonces podrá, la Patria, animarse un poco a alzar la vista y otear en las alturas del futuro.

Para no ruborizarse ante la Historia que la está encontrando grande, crecida, injusta.

Empujada por sus propietarios a cotizar en baja la fragilidad y los huesos debiluchos de los márgenes.

A condenar a la inexistencia masiva a millones de pibes que se van muriendo de a 25 para insinuar el porvenir como un mínimo vergel para los elegidos.

Silvana Melo

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