El haber mínimo de casi 5 millones de jubilados no llega a $ 900. Sus relatos.
Si no me ayudara mi hija, no sé cómo haría para vivir”, dice Rosa Negri (87) con algo de alivio y también de resignación.
Se jubiló hace 29 años con el haber mínimo, una suma que tiempo atrás le rendía “porque las cosas no estaban tan caras”, recuerda.
Pero hoy los 895 pesos que cobra por mes se le van de las manos en pocos días:
más de la mitad en remedios que PAMI no cubre en su totalidad y taxis para ir al médico o hacerse un estudio porque la artrosis de su rodilla le impide subirse a un colectivo.
Con el resto compra algunos alimentos y destina otro poco para el único gusto que trata de mantener: ir a la peluquería, al menos cada quince días.
“Vivo con mi única hija, que tiene 53 años, en su departamento.
Me separé hace muchos años, cuando ella tenía 2.
Si no contara con Patricia, ¿cómo haría para vivir si lo que gano no me alcanza ni para pagar la pieza de una pensión?”, plantea Rosa.
La historia de esta mujer, que trabajó como empleada de comercio y secretaria de un estudio de ingeniería, es una más de las que pueden contar casi 4,9 millones de jubilados argentinos.
Una más de las que Clarín reunió en Capital y el interior del país.
Son relatos de adultos mayores que sobreviven con apenas 30 pesos por día, un monto que apenas alcanza para un kilo de carne; seis litros de leche o tres kilos de pan .
Irma Ciardi tiene 82 años y vive en la ciudad de Mendoza.
Cobra una pensión que no alcanza los 810 pesos.
Quedó viuda a los 40 y desde entonces tuvo que hacer frente a problemas económicos para criar a sus dos hijos.
Ahora, Irma comparte su propia casa, que es parte de una herencia familiar, con su hija –docente de 47 años– y sus tres nietos.
“Hacemos un pozo común con nuestros ingresos y aún así tenemos que medir los gastos porque no llegamos a fin de mes”, asegura.
Sólo en medicamentos que no cubre el PAMI, tiene que gastar 400 pesos por mes.
Come carne roja una vez por semana y hace tiempo dejó de comprar milanesas porque el kilo de peceto está a 37 pesos .
“Prefiero reemplazarlas por pollo o verdura –dispara con sensatez– a tener que comprar un corte de menor calidad, más duro y graso”.
Cada día, trata de hacer a un lado las necesidades y disfruta de los pequeños placeres, como el cuidado de las plantas de su jardín y saborear un chocolate o un merengue antes de acostarse.
“Sucede que como jubilada que cobro la mínima ya no puedo ni salir a visitar a una amiga porque no puedo pagar un taxi.
Es más, tuve que limitar mis sesiones de rehabilitación porque significa un viaje de más de 25 pesos que no puedo afrontar ”.
“De la carne, qué está 28, 29 pesos el kilo prácticamente hay que olvidarse”, coincide Luis Pelizzetti –82 años, carpintero– que vive en Unquillo, una ciudad serrana al noroeste de la capital cordobesa.
“Ropa, ni hablar.
¿Comidas? Desayunar y almorzar como se pueda y cenar con una sopa o un mate cocido con pan y listo.
Todo esto no es justo para nadie, y menos para los que pusimos el cuerpo toda la vida”, se queja.
Por suerte, Luis se enferma poco y puede defenderse trabajando.
“No me queda otra que seguir haciendo tareas de carpintería para poder vivir con cierta dignidad”.
Otro jubilado que también suma unos pesos con otra actividad es Rubén Fuentes (69), de Venado Tuerto, Santa Fe.
Y de todas formas vive “de prestado”, confiesa. Los domingos, de 10 a 13.30 conduce un programa en una FM de su ciudad, sobre lo que más le gusta y conoce, el folklore.
Los remedios que tiene que tomar para el corazón y la vesícula también le consumen la mitad de la jubilación . Lo poco que le queda se va como agua y tiene que recurrir al “fiado” del almacenero y el carnicero de la esquina.
También se vio obligado a hacer un convenio de pago con la empresa de telefonía que hace unos días no pudo cumplir y por eso se quedó sin servicio. Rubén, que fue empleado del Banco Nación, vive solo.
“Me angustio mucho porque por cuestiones económicas tengo que postergar mi salud: debo operarme de una hernia y de la vesícula y no lo puedo hacer”, relata con tristeza.
Más desoladoras son las condiciones en las que viven Sara Acosta (71, paraguaya) y su marido Silvano Morales (79).
Ella trabajó casi 20 años en una panadería y hace unos meses la despidieron porque ya tiene edad para jubilarse; pero el trámite está estancado por los papeles de ingreso al país.
El es diabético, usa muletas y se jubiló con un poco más de la mínima, tras una vida como conserje de un hotel.
Los dos ocupan una pieza en una pensión de Barrio Norte, por la que pagan 500 pesos por mes, y alargan el día con un té con leche, hasta la cena que, en el mejor de los casos, incluirá sopa, fideos o ensalada.
“Los vecinos nos ayudan mucho”, agradece Sara con ternura y dolor.
Entre los millones de jubilados que no cubren ni la mitad de una canasta básica de alimentos, están quienes, a pesar de los años, organizan reuniones y juntan firmas para luchar por un haber mínimo de 1.650 pesos y el pago del 82% móvil.
Es el caso de Edelma Invernizzi (87): durante 16 años cobró el haber mínimo y a fuerza de reclamos logró que se lo subieran a 1.000 pesos.
Nació en la Paternal, trabajó desde muy joven en una firma metalúrgica.
Ya lleva reunidas más de 12.000 firmas de jubilados de Capital y GBA que presentará ante el Gobierno, políticos y organismos “necesarios”, subraya.
“Mi lucha por el bienestar de los jubilados es algo que no me deja dormir tranquila”, confiesa en su “oficina” de una pizzería de Liniers, mientras revisa planillas con la ayuda de una lupa.
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