En abril del año pasado, Cristina Fernández lanzó el programa "conectar igualdad", mediante el cual se proponía adquirir con fondos de la Anses 3 millones de computadoras a fin de ser distribuidas entre los alumnos secundarios de las escuelas públicas del país.
"Me siento la Sarmiento del Bicentenario", comentó jocosa en aquel momento la primera magistrada.
Días pasados, en una alocución ante empresarios patagónicos insistió con esta meta primordial de su gestión, ya que hoy en día ningún alumno secundario argentino puede aprender ni los palotes sino cuenta con una netbook.
Para quienes crecimos y nos educamos sin saber lo que era una computadora, hecho que seguramente incluye a la autora de la genial frase, la idea fija presidencial nos parece poco menos que un disparate.
Querer instalar la creencia de que sólo a través de una herramienta (lápiz, papel, tiza, pizarrón o, en este caso, computadoras) un maestro puede educar y un alumno aprender es fácilmente rebatible, ya que implicaría desacreditar a todos los seres que pueblan el planeta y que transitaron por las escuelas públicas antes del último cuarto del siglo 20.
En lo que hace a nuestro país, la época de oro de la educación argentina, más allá de las críticas de las que pueda ser objeto, se inicia cuando el presidente Domingo F. Sarmiento se aboca a desterrar el analfabetismo reinante con un verdadero plan de educación, financiado con fondos legítimos, que dejaría pasmado a cualquier político actual y que iniciara en su provincia natal, San Juan, cuando era gobernador.
Ese momento histórico que se extiende entre 1870 y 1945 aproximadamente (cuando se prefirieron las alpargatas a los libros), llevó al país a uno de los puestos de privilegio entre las naciones del mundo, con pensadores formados en la escuela pública de excelencia iniciada durante la presidencia de Sarmiento (1868-1874): las Escuelas Normales.
Ni los docentes ni los alumnos de aquellas instituciones conocieron las computadoras, pero sí entendieron que la educación es una cuestión de interacción entre seres humanos en la que, además de instruir, se forma a los individuos en principios y valores que los convertirán en seres útiles a la sociedad en la que están insertos y a la que volcarán luego sus conocimientos y experiencia.
Mucho más loable sería el programa de la presidenta, si se hubiera dedicado a equipar y sostener a la enorme cantidad de escuelas rurales, algunas verdaderas escuelas-rancho, que todavía subsisten en el país y en las que unos héroes silenciosos, docentes y alumnos, emprenden cada día la difícil tarea de enseñar y aprender, de educar y educarse, sin energía eléctrica, sin agua potable, sin materiales escolares, sin comunicación telefónica, y, por supuesto, sin netbooks ni wi-fi.
Eso sí sería educar con "igualdad".
Una netbook es sólo una herramienta que, de acuerdo a como se la emplee, podrá contribuir o no a la instrucción de los alumnos argentinos, aunque, como todo objeto, en algún momento se volverá obsoleto y caerá en desuso.
Pretender que sin una computadora un maestro no puede dictar clases ni un alumno aprender, es subestimar la capacidad de miles de compatriotas que se formaron y se forman en las aulas argentinas del pasado y del presente y que, muy probablemente, nunca vieron ni verán la netbook de Sarmiento.
Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz
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